Por qué nos cuesta tanto cambiar nuestros hábitos
Sobre el papel, crear un hábito nuevo parece bastante fácil y sencillo. Pero la realidad puedes imaginarte que es bien distinta, en especial para nuestro cerebro que funciona de otra manera totalmente diferente. Y es que debemos aprender que los hábitos no son solo simples decisiones, son más bien circuitos automáticos que se forman a base de la repetición. Por ello, aunque queramos cambiar, en ocasiones nuestro cuerpo acaba guiándose por la opción de siempre, la que más conoce y la menos compleja para él.
Cuando realizamos una acción con cierta frecuencia, el cerebro empieza a ahorrar energía creando una especie de atajo neuronal: un comportamiento que deja de exigir un esfuerzo consciente. En cambio, la incorporación de un hábito nuevo activa la parte del cerebro responsable de la toma de decisión, lo que hace que se consuma más energía. Es por ello que, al principio, sentimos que nos cuesta mucho más.
La buena noticia de todo esto es que los hábitos son flexibles. Se puede construir desde cero y también se pueden reemplazar siempre que lo deseemos. Tan solo se necesitan tres elementos básicos para su ejecución: señal (un disparador), rutina (acción para convertirse en hábito) y recompensa, la satisfacción personal o bienestar físico que sentimos nada más realizar esta acción.
Es importante que sepas que cuanto más sencilla y accesible sea la rutina, más rápido será este proceso de automatización. Aquí, no se trata únicamente de fuerza de voluntad, más bien de diseño. Si tu entorno es capaz de facilitar la acción, tu cerebro lo tendrá mucho más fácil para integrarlo. Piénsalo, es bastante claro lo que te decimos.





